miércoles, 10 de enero de 2007

Historias del Coliseo (II)

Es imprescindible situarse un poco en contexto, para poder calibrar el valor que podía tener entonces una sala cinematográfica. Estamos hablando de una época en la que en Motril sólo se sintonizaba la primera cadena (el UHF no llegaría hasta el año 80 o algo así) y por supuesto la señal y los televisores eran en blanco y negro, por lo que el disfrutar una película en una pantalla gigantesca, y en un espectacular technicolor era algo que colmaba, y con creces, nuestras expectativas de cualquier divertimento.

Ya comenté anteriormente que el Coliseo era un cine con telón, un telón que se abría majestuosamente, provocando una calurosa ovación por parte del público, ya que eso era el inicio de la fiesta cinematográfica, en la que como primer entremés se proyectaban diapositivas comerciales y carátulas de los estrenos más inminentes, dibujados artesanalmente por el artista local, el gran Lirola, y que generaban murmullos de expectación y entusiasmo cuando era una película largamente deseada, como Tiburón o El Coloso en Llamas o alguna otra que llamara la atención a la chiquillería, como aquella cinta de título inverosímil, Gorgo y Superman se citan en Tokio, que tuvo cierto éxito en aquella época...Igualmente no podía faltar la clásica recomendación de "Visite nuestro ambigú", si bien el ambigú del Coliseo no era el del Morocco precisamente, y además el personal ya iba bien surtido, a veces involuntariamente, tras el paso obligado por el puesto ambulante de la taquilla, y lo que más que se podía adquirir era alguna Mirinda o el polo Avidesa de verano...
El Viñas disponía de patio y anfiteatro, y curiosamente, al revés de cualquier sitio normal, era más cara la entrada para la parte de arriba, 25 ptas, mientras para las butacas de patio sólo costaba 20 ptas, lo que rompía cualquier lógica en el mundo del espectáculo. Pero ocurrió algo que justificó ese carácter elitista del anfiteatro, y el destino hizo que fuera testigo directísimo de esos sucesos.
Sería, aproximadamente, en el verano de 1974, cuando mi tío Javier, nos invitó a mi hermana y a mí a una estupenda tarde de cine, nada menos que El Zorro contra el imperio de Napoleón, y tras toda la liturgia de rigor nos acomodamos en nuestras plateas de anfiteatro para disfrutar de las bondades de esa mítica coproducción hispano-italiana. A mitad del film, mientras seguía ensimismado las peripecias de don Diego de la Vega, se produjo un ruido atronador a escasos centímetros de mi butaca, que me hizo mirar asustado hacia mi derecha, donde pude contemplar un espectáculo memorable: el asiento de mi tío se había desfondado literalmente, quedando el pobre hundido y atrapado entre lo que quedaba de su localidad, y con sus largas piernas colgando hacia arriba. Intervino diligentemente uno de los acomodadores, apodado "el Drácula"por la chistosa muchachada, que le ayudó a recuperar una postura más digna, mientras azorado le requería, "Señor, ¿se encuentra usted bien?", a lo que mí tío, con toda la tranquilidad propia de los naturales de la Ribera del Ebro, respondió lacónicamente, "¿Ésto sucede aquí muy a menudo?".
Aquello ya era demasiado, incluso para el Coliseo, por lo que en pocas semanas se iniciaron reformas, instalando unos modernos asientos, que remplazaron a los vetustos que llevaban décadas dando cobijo a los cinéfilos motrileños...eso sí, la reforma sólo alcanzó a la parte de arriba, quedando el patio con sus arqueológicas localidades, y justificando, por fin, las cinco pesetas de diferencia entre un sector y otro...
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