lunes, 28 de febrero de 2011

Vértigo, Amor y Blogsfera

Hace unos días tuvo lugar en la blogsfera un hecho relevante: los responsables de tres de los blogs más influyentes y respetados en lengua castellana, La Gran Pantalla, La Guarida del Eremita y éste que ahora visitan, (por cierto, los dos primeros han sido galardonados recientemente con sendos premios honoríficos por su labor divulgativa en pro del séptimo arte, mientras que no deja de ser desolador que tras más de cinco años en el ciberespacio, El Blog del Tirador Solitario no haya recibido ni el Trofeo de la Galleta), mantuvieron una estimulante y docta controversia a cuenta de la inmortal película de Alfred Hitchcok, Vértigo. Por supuesto fue un lance de guante blanco y nuestros floretes sólo se cruzaron de forma virtual (y menos estando una dama de por medio, ya que desde que vi a Unma Thurman en Kill Bill, no me fío de lo que pueda ocurrir; no así en el caso de un hipotético duelo a primera sangre con el Sr. Cahiers, que tiene una técnica de esgrima bastante predecible).

A la mañana siguiente (¡buena película de Lumet!), no tuve otra manera mejor de empezar el día que reflexionando porque me gusta tanto, me entusiasma, me abruma el filme en cuestión. Y recordé como Vértigo ha estado presente en momentos cinéfilos-personales de mi vida.
Veamos: cuando en Enero de 2003 realicé el gran paso del
VHS al DVD, adquiriendo un estupendo Home Cinema Philips (que por cierto, fue instalado por el Sr. Cahiers, lo que agradezco desde aquí publicamente), el primer largometraje que visioné fue Vertigo, el primer dvd-disc que adquirí al módico precio de 30 €, así que se pueden imaginar, cuando ese viernes a las 10 de la noche aparecieron en la pantalla (en este caso no tan grande) esos colores, esa fotografía en Vistavision, y por los cinco altavoces, más el subwoofer, recién instalados, la música, la memorable banda sonora de Bernard Hermann, más la historia de Scooty con las dos Kim Novak...pues eso, ni el LSD, ni la ayahuasca, ni el peyote, ni el San Pedro, me hubieran hecho volar tan lejos.

Ahí no acaba la cosa. En diciembre de 2005 me instalé en mi recién adquirido apartamento (una preciosidad, por la ventana de la biblioteca disfruto de la sugerente visión de las plácidas aguas mediterráneas y por la del salón se asoman los picachos nevados de la Penibética; aquí tienen ustedes su casa) y se pueden imaginar la película elegida para inaugurar mi nueva vivienda...exacto, Vértigo volvió a a estar de nuevo presente, eso sí, esta vez en otra copia de dvd, ya que la anterior tenía la peculiaridad de estar subtitulada en todos los idiomas posibles, desde el suomi finés hasta el sánscrito, pero no en español. En este caso el disco ya sólo me costó 10 € en el quiosco, pero los efectos de su contemplación volvieron a ser los mismos de si un viaje iniciático se tratara.

Y es que Vértigo tiene algo que me embelesa a la vez que me perturba,
una flor del mal, la definió una vez Juan Tébar. Y es el amor, que invade y nubla la razón y el alma de Scottie, cuando cree encontrar un trasunto de su amada y la peina, la viste, la engalana...para que sea Madeleine. Y cuando por fin aparece en el restaurante, surgiendo como una aparición, James Stewart la mira desbordado, asombrado, asustado, viviendo en su interior lo más parecido a la noche oscura del alma...porque lo ha conseguido, Madeleine es Eurídice, es la Bella Durmiente, es Blancanieves, es Inger a la que Johanes ha devuelto la vida. Pero ese amor no es posible, no es humano, es sobrenatural, es el misterio más inaprensible y por lo tanto inalcanzable, de ahí el terrible fatum que aguarda.

Tengo pendiente una nueva visión de
Vértigo, está vez con un plasma de 37 pulgadas y un amplificador Yamaha aún mejor que mi antiguo y entrañable home cinema. Pero casi tengo miedo de verla. Miedo a que el viaje que me aguarde tras una nueva contemplación sea demasiado inefable. Miedo a que la película me golpee, me coja de las solapas, descargue en mí como si fuera una tormenta eléctrica, me suba a los cielos y me baje a los infiernos. Y que al final, tras contemplarla de nuevo, me deje en el alma el hondo pesar, la infinita tristeza, de no haber sentido nunca ese amor sobrenatural, esa dulce lanzada siniestra, que una bendita o terrible tarde, acechaba a Scottie; disfrazada de Madeleine, envuelta en Kim Novak...







jueves, 24 de febrero de 2011

On the sunny side of the street

A finales de la década de los noventa, una de mis hermanas (los seguidores de este blog ya están descubriendo que tengo varias) no tuvo otra mejor ocurrencia que casarse. Dadas las circunstancias y puesto que soy el único varón entre tres damas, no tenía más remedio que hacerle un buen obsequio, acorde a la magnitud del suceso.
Lo que sí tenía muy claro era la naturaleza del presente; no pensaba regalarle electrodoméstico alguno, útiles de menaje o ni mucho menos ofrecerle un sobre con unos miserables denarios, así que le comenté lo que tenía pensado: Mi regalo iba a ser la música, la música que sonaría en la fiesta, en el baile, pero evidentemente no habría ningún disc-jockey descerebrado pinchando infumables melodías, ni ninguna agrupación de dudosa categoría entonando al unísono Paquito el chocolatero.
Nada de eso, en su boda sonarían músicas maravillosas, bailables, de solera, algo fabuloso e inigualable. Mi hermana se mostró entusiasmada ante esa oferta irrechazable, aunque eso sí, no recuerdo que mi futuro cuñado fuera consultado en algún momento; de todos modos su opinión en el evento era en la práctica irrelevante y ya bastante regalo se llevaba con el enlace en sí y además ser admitido en la familia.

Dicho y hecho, me puse manos a la obra , contactando de inmediato con mi amiga Celia. Celia Mur es una cantante extraordinaria, que siempre ha bordado el swing, las bossas, los boleros, por no hablar de cuando se arranca con los blues de Billie Holiday. En aquellos años, expirando el siglo y el milenio, Granada era un hervidero de vida musical y más concretamente jazzistica; los grupos, las formaciones, se multiplicaban; todas las semanas, todos los jueves, todos los sábados, había fabulosas actuaciones ya fuera en el Eshavira, el Secadero, el Mais que Nada, el Liberian, el Alexis, en un deleite para los amantes de esos géneros. Tal fue la eclosión que, en la primavera de 1998 se publicó un extraordinario disco doble, llamado Jazz en la Costa, donde estaban presentes todas esas formaciones: La Granada Big Band, The Missing Stompers, El Arturo Cid Quartet, El Kiko Aguado Trío y tantos otros. Pero sobre todo, había un quinteto que era la quintaesencia de esa época: El Celia Mur Quintet, formado por la maravillosa voz de Celia, una sección rítmica inigualable con Guillermo Morente al contrabajo y Julio Pérez a la batería y nada menos que Kiko Aguado a la guitarra eléctrica y Arturo Cid al saxo tenor y clarinete.

Con todos ellos me unía una vieja amistad, así que en un par de reuniones organizamos el repertorio y la logística del evento. Sólo un problema de última hora, y es que Kiko Aguado tenía un compromiso insoslayable en el Secadero, (tampoco estuvo el bueno de Arturo Cid demasiado diligente) así que o nos quedábamos en cuarteto, o se buscaba un quinto elemento. Tras sopesar varías alternativas, Celia encontró un recambio de lujo; algo así como si se hubiera lesionado Quini y en su lugar entra Santillana; pues eso, de tierras gaditanas vino ex profeso nada menos que Pedro Andrade, que acariciaba la guitarra como si fuera Wes Montgomery.

El día de autos estaba ya todo preparado, organizado, atado y bien atado. Los músicos habían recibido severas instrucciones de no permitir que ningún espontáneo intentara tener sus minutos de gloria, asaltando el escenario, ya que es bien sabido que existen sujetos, cantantes aficionados y efímeros que son capaces de todo por tal de agarrar un micrófono.
Nada de eso, yo mismo personalmente, me hice cargo de la presentación de los músicos y de felicitar a los contrayentes. La verdad es que siempre me he sentido cómodo en ese tipo de eventos, mostrando como maestro de ceremonias una curiosa simbiosis de Bop Hope y Dean Martin.
Y sonó la música, abriéndose el baile con una portentosa versión de On the sunny side of the street, con unos deliciosos arreglos de clarinete, reencarnándose Arturo Cid en Woody Hermann:

Grab your coat and snatch your hat,
leave your worries on the doorstep.

Just direct your feet to
the sunny side of the street.
Can't you hear that pitter pat
and that happy tune in your step.
Life can be so sweet
on the sunny side of the street.


Aquello fue el comienzo de más de dos horas de swing, bossas, blues, boleros, y otras maravillas.
Ya he comentado algo más arriba que no estaban permitidos los espontáneos, y es que además estaba perfectamente previsto quienes formábamos parte del magno espectáculo. Así, mi hermana realizó un dueto con Celia de una de sus canciones que adora, My favourite things, y siendo la novia una estimable cantante amateur (sus actuaciones con una querida prima han gozado siempre de gran predicamento en toda la costa), la verdad es que no realizó su mejor interpretación, aunque estuvo endiabladamente divertida.

Pero lo mejor de esa noche estaba por llegar. Percatándome del notable éxito que las bebidas destiladas tenían entre los invitados, hice un gesto a los músicos desde mi mesa y con paso firme y porte gallardo, sintiéndome italiano y musical, subí al escenario, tomé con igual delicadeza a Celia y al micrófono y empezamos a entonar a dúo:

Olha que coisa mais linda mais cheia de graça
É ela menina que vem e que passa

Num doce balanço a caminho do mar...

Moça do corpo dourado do sol de Ipanema

O seu balançado parece um poema

É a coisa mais linda que eu já vi passar...


No teniendo el que escribe una voz desdeñable, el problema es que mi oido musical es suceptible de mejora, pero por alguna extraña conjunción planetaria, la interpretación de la inmortal bossa de Antonio Carlos Jobim rayó lo memorable, estallando el salón principal del Gran Hotel Motril en una estruendosa ovación, que no se recordaba en el litoral granadino desde la actuación de Tete Montoliú una década antes. Al ver que entre los asistentes, el mismísimo Pepe Cahiers aplaudía rompiéndose las manos, comprendí que habíamos asistido a un momento mágico e irrepetible.

Al acabar todo, ya a altas horas de la madrugada, me di cuenta que posiblemente nunca viviría una noche más feliz que esa en toda mi vida. La noche en la que sonaron las músicas más bellas, más hermosas, la noche en la que novia y padrino bailaron un Cheeck to cheeck con el mismo arte de Fred Astaire y Ginger Rogers; la noche en que mi primo de la Comunidad Foral me abrazó emocionado después de aquella mítica interpretación de La chica de Ipanema; la noche en que Celia cantó mejor que en sus mejores noches del Eshavira, del Secadero, de El Isabel la Católica; la noche en que aquellos músicos sonaron mejor que en sus mejores noches de gloria...

Cuando termino de escribir estas lineas están a punto de cumplirse doce años de esa noche tan hermosa, ¿y saben lo mejor? aquella pareja que abrió el baile esa noche, no ha dejado de pasear ni un sólo día por el lado soleado de la calle...


sábado, 19 de febrero de 2011

Bratislava, mi ventura

Hace unos años a mi hermana le concedieron una beca Erasmus, para que continuara sus estudios de violín en Bratislava, la capital de Eslovaquia. Allí estuvo varios cursos, y tras concluir su carrera realizó un máster de interpretación. Perfeccionó su técnica en un lugar de fabulosa cultura musical, y dominó su instrumento con una maestría emotiva y admirable.
La segunda persona que resultó enormemente beneficiada de esa beca fue...el que escribe, claro. Gracias a esa favorable coyuntura viajé cinco veces en los últimos cuatros años a esas tierras, al corazón de la Vieja Europa.

Bratislava está en un enclave geográfico delicioso. A sese
nta kms de Viena, a pocas horas de tren de Praga y Budapest, esa ciudad y ese país es el secreto mejor guardado de Centroeuropa. Ya a finales del primer viaje empecé a tener sensaciones, sentimientos muy curiosos. Y es que estando enamorado de Praga, fascinado por Budapest y adorando Viena, en Bratislava tenía la impresión de encontrarme en mi casa, de estar en mi ciudad, de vivir en mi país de adopción.

Bratislava es una ciudad festiva, con terrazas en las calles, con una vida que asombra, sin ser la verbena que es Praga, y con un aroma que parece Granada en primavera, con aires de Plaza Nueva o Bibarrambla.
Y es que en Bratislava está mi restaurante, el lugar donde mejor se come del Mundo,
el Modra Hviezda (La Estrella Azul), junto al Castillo, en un interior algo oscuro, con pianista por la noche, donde se puede ir a cualquier hora de 11 a 11, y donde se puede degustar el mejor gulash, el mejor ganso, la mejor oca...y los mejores caracoles. Olvídense de los caracoles del Albayzín, o de los cargol catalanes, en La Estrella Azul sirven, en una pequeña fuente esos moluscos sin concha, aderezados con unos champiñones que le llevan a uno al nirvana. Siempre que volvía a Bratislava lo primero que le preguntaba a mi hermana era "¿qué día vamos a la Estrella Azul?", y ella me respondía divertida que teníamos reserva para esa misma noche.
Pero si la comida es buena, la cerveza es...no hay palabras para hablar de la cerveza más prodigiosa de la cristiandad, algo tan fabuloso, que
ni los propios eslovacos son conscientes de lo que tienen. Zlaty Bazant son las palabras mágicas, de ese néctar que alimenta y vivifica, ya sea en male pivo o velke pivo (yo siempre recomiendo esto último). En Bratislava y sobre todo en los felices días de Banská Bystrica aprendí que la cerveza no hay que tomarla tan fría, como siempre hago en mis cuarteles mediterráneos, sino que hay que saber degustarla a temperaturas más apropiadas "me estoy eslovaquizando" lo decía siempre a mi hermana, mientras reeducaba mi paladar.

Y en Bratislava hay chicas guapísmas, encantadoras, con las que se podía conversar de la maestría del cineasta Jan Sverak, y la más guapa, la más encantadora, se admiraba que pudiera estar hablando con un español de su película favorita, Kolya (¡gracias sean dadas a José Luis Garci!).

Siempre que me iba de esa ciudad tenía la impresión que ése sería el último viaje, la última semana en esas tierras, pero siempre volvía al año siguiente, volvía para oír en los trolebuses esa voz femenina que indicaba las paradas,
Radvanska, Petrzalka, Hrad...para comer en la Estrella Azul, o para disfrutar una ópera un martes por la noche...
Y sobre todo para estar con mi hermana, porque al igual que cuando Carlos V paseaba por palacio con su hijo Felipe, el Rey-Emperador al pasar delante de un retrato de Fernando el Católico le decía, señalando la imagen "A éste se lo debemos todo". Pues yo no sé si todo, pero si sé que a mi hermana le debo tantas, tantas, tantas cosas...


domingo, 13 de febrero de 2011

La vie en rose

Preparando nuevas entradas, que versaran desde el fabuloso cine japonés de los años 50, apologías eurovisivas, loas a los Expedientes X de mis admirados Mulder y Scully..., me encuentro en la red, en esa vasto y fabuloso mundo que es el Youtube, una versión del clásico La vie en rose, de la inmortal Edith Piaf, a cargo de la hispano-hondureña Eva Cortés, que para el que escribe es, junto a mis queridas amigas May y Celia Mur, la mejor voz femenina de jazz de nuestra piel de toro.

Porque díganme, seguidores, deudos, parientes, "amigos y enemigos" que diría Cary Grant en Historias de Filadelfia; dígame Sr. Cahiers; dígame, amigo Marcos Callau; dígame amiga Clementine...
¿Han oído ustedes alguna vez una versión más deliciosamente encantadora de este chispeante, tierno, emotivo, de este prodigioso standard?

martes, 8 de febrero de 2011

Póker italiano

A tres meses vistas del ESC a celebrar en Dusserldoff, la gran noticia de este año es la vuelta de Italia, la Italia de voces galantes, grandes arreglos, sorpresas deliciosas, baladas enternecedoras y féminas de garra.
Italia fue una de las fundadoras de la
UER y como tal estuvo en todas las ediciones de la Edad de Oro eurovisiva, desde 1958 a finales de los 70. En aquellos años competían con lo más granado de su panorama musical, nada menos que los héroes de San Remo, que se batían de forma admirable al poderosísimo lobby francófono, a los colosos anglosajones, a la siempre ambiciosa representación hispana...Un día, a finales de los 90, la RAI decidió que esas justas no le merecía la pena, que los resultados no compensaban tanto esfuerzo, y decidieron enrocarse en un espléndido aislamiento, felices en sus propios prados y celebrando sus certámenes locales.

Ahora, en plena Edad de Plata eurovisiva, cuando el epicentro de poder se ha desplazado, y son los Balcanes, los Cárpatos, el Danubio, el Volga, el Rhin y los pueblos del norte los núcleos de un
ESC rejuvenecido y redivivo, vuelven los transalpinos.Vuelven los azzurri, y quienes disfrutamos de este Certamen y su historia, saludamos gozosos ese retorno; así que nada mejor que regalar cuatro maravillas eurovisivas de aquellos días felices y gloriosos.
Nada menos que una sesión doble con Gigliola Cinquetti, que siendo una chiquilla consiguió el triunfo en 1964 con su fabuloso
Non ho l´età (alguna alma benefactora ha podido reconstruir dignamente el audio original, que por razones que desconozco estaba hecho unos zorros) y diez años después fue la única que pudo competir de igual a igual al huracán Abba a su paso por Brighton; verán al gran Domenico Modugno en 1958, con una de las canciones más populares de la segunda mitad del pasado siglo, Volare (Nel blu dipinto di blu), con unos deliciosos arreglos jazzys, y por supuesto a ese genio llamado Franco Battiato, que a dúo con la imperial Alice, se llevó la ovación más atronadora de ese 1985 en el Teatro Municipal del Gran Ducado.

¡Vuelve Italia! y nos vamos a divertir.
..






jueves, 3 de febrero de 2011

¡¡Viva Mancini!!

El pasado 30 de Enero nos dejaba uno de los mejores músicos de bandas sonoras de los últimos 40 años, el gran John Barry.
Como pueden imaginar, el territorio conocido como blogsfera se pobló (con toda justicia) de loas, glosas, semblanzas y homenajes al gran compositor, ofreciendo durante unos días un menú casi único en el apartado cinematográfico.
En uno de los lugares que suelo frecuentar, La Gran Pantalla (un blog estupendo, no dejen de visitarlo), me uní al pésame general, mostrando mis respetos y admiración al gran músico británico, para añadir que no dejaba de ser terrible para el mundo de las bandas sonoras que en poco lapso de tiempo hubieran fallecido dos genios indiscutibles como Barry...y Henry Mancini.
La verdad es que aquello fue un alarde de optimismo por mi parte,ya que como todos ustedes saben, el mítico Henry hacía ya más de dieciséis años que había entregado su alma al Altísimo, sin que hubiera en ningún caso noticias de leyenda urbana alguna, ningún testimonio de verle pasear por la Plaza de Wichita, o dirigiendo de incógnito alguna orquesta veraniega en el litoral granadino. Eso sólo le ha pasado a Elvis.

En realidad la causa del mi trastorno pasajero, es que no hace ni dos meses que falleció Blake Edwards, con el que Mancini formaba un tándem soberbio, una sociedad que esté posiblemente en el trío más espectacular directores-músicos, como Bernard Hermann-Alfred Hitchock o John Williams-Steven Spielberg.
Reconociendo que mi músico de cine favorito es Bernard Hermann, por Mancini siempre he sentido una devoción especial; seguramente como viejo aficionado al jazz conecto muy bien con esa música elegante, ambiental, swingeante, sofisticada, que es oirla y sentir que los pies se mueven solos, y uno sonríe sin poder evitarlo.

Ahí van mis homenajes al gran Mancini, en la semana que sólo se hablaba de Barry:
la fabulosa canción Nothing to lose, de la hilarante El guataque, donde la dulce Claudine Longet se arranca, guitarra en ristre, con aires de Astrud Gilberto; el portentoso tema principal de Chantaje contra una mujer, y esa joya llamada Peter Gunn.
¡¡Viva Mancini!!









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